La crisis originada por el coronavirus ha planteado un nuevo escenario en el que lo que antes dábamos como normal ahora se pone en duda. El empleo y la sociedad están cambiando su estructura y son muchas las empresas que han acelerado sus políticas de flexibilidad laboral y familiar, convirtiendo el teletrabajo no sólo en una petición por parte del empleado sino en una necesidad para el empleador.
Millones de personas en España han trabajado durante el confinamiento desde sus casas, comprobando que su productividad podía ser la misma e incuso en algún caso incluso mejor. Y no son pocas las personas que en estos meses (en muchos casos desoyendo las órdenes dictadas por el Ministerio de Sanidad) decidieron trasladarse a su segunda residencia, muchas de ellas localizadas en pueblos de montaña, para vivir (y trabajar desde ahí). El resultado: Empresas que han visto una oportunidad de ahorro de costes y trabajadores que han visto una mejora de calidad de vida. Por la flexibilidad de sus horarios, y por las ventajas que muchos de nosotros conocemos de vivir en una pequeña localidad: Ahorro de tiempo en trayectos, ahorro del coste de la vida, mejora de la calidad del aire respirada, mejora de la vida familiar en general.
Si queremos hacer del teletrabajo una realidad para nuestros pueblos, tendremos que superar primero las deficiencias de comunicación.
¿Es el momento de una vuelta al pueblo? ¿Es el teletrabajo una esperanza para la España Vaciada?
Todo apunta a que sí.
Pero para ello hay que salvar alguno de los obstáculos que continúan diferenciando los servicios de las grandes ciudades con los pueblos. Por ejemplo: las conexiones telemáticas.
Y es que, a pesar de que las empresas encargadas de este tipo de software están trabajando duro en el desarrollo de herramientas más útiles y eficaces, muchas de estas poblaciones todavía luchan por tener una conexión y cobertura perfecta para poder ofrecer una comunicación rápida y sin restricciones.
La saturación de las grandes ciudades tiene los días contados y los trabajadores ya están buscando alternativas para asentarse en las ciudades limítrofes donde puedan sentirse seguros y desconectar de los ritmos de estrés que tanto se acentúan en las grandes urbes.