Por desgracia era cuestión de tiempo que en España sufriésemos un incendio de sexta generación, de esos que no se pueden extinguir por medios humanos y que no cesan hasta que la meteorología así lo decide. Esta vez, no sólo ha costado vegetación, fauna salvaje, ganado, desalojos, daños materiales o tanta emisión de CO2 a la atmósfera. Además ha tenido la peor de las consecuencias, ha costado la vida de un luchador contra el fuego, una auténtica catástrofe.
Habrá más incendios de este tipo, seguro, porque entre sus causas hay una que sobresale sobre las demás y que parece que nuestra sociedad, tan preocupada por el medio ambiente, no es capaz de percibir. Puede que haya un culpable de encender el devastador fuego y seguro que esta persona será detenida, encausada y condenada. Así debe ser. Pero no podemos obviar que el incendio habría sucedido igual fuese cual fuese la razón de la ignición. Un accidente, una línea eléctrica, un rayo, una combustión espontánea o cualquier otro motivo natural o artificial pudo haber encendido la primera llama.
La causa de la ignición no es el origen de que un incendio derive en “el monstruo”, ni si quiera el cambio climático es el factor decisivo, aunque sí lo es de la elevada temperatura que favorece el desarrollo de los incendios y seguro que lo será también en muchos casos de posteriores desertificaciones de zonas calcinadas.
La principal causa es el abandono de nuestros campos y de nuestros montes. Esa falta de actividad ha provocado en muchos lugares un crecimiento incontrolado de las masas forestales y de matorral, que han pasado a ser enormes masas de combustible. Alimento para “el monstruo”, alimento continuo y sin interrupciones, nada, excepto la lluvia, lo puede parar.
Que contradicción, el crecimiento forestal que a priori puede ser visto como algo bueno, se convierte en determinados lugares en un desastre medioambiental. El fuego arranca y no cesa. Desaparece la biodiversidad, los animales y las plantas mueren arrasados, las aguas se contaminan y se libera más CO2 a la atmósfera que el que emiten millones de vehículos. Miles de euros gastados tratando de extinguir lo inextinguible, perdidas humanas irreparables. Desafortunadamente lo volveremos a ver.
Hay que cambiar el chip, avanzar en la mentalidad. La visión del siglo XX ya no sirve, estaba pensada en un momento en que la mayoría de la gente vivía en las zonas rurales y la presión sobre el medio era muy alta, se consideraba que lo mejor para favorecer la biodiversidad era una especie de laissez faire natural, es decir abandonar a la naturaleza a su suerte. Ese mundo ya no existe, hay poca gente en el medio rural y la naturaleza no es como en las películas de Disney. Es competitiva, cruel, cada especie trata de sobrevivir a toda costa. Es cambio y adaptación, desaparición, vida, muerte y fuego. Lejos de recuperar biodiversidad, dejando a la naturaleza a su suerte, la estamos perdiendo. Algunos ya se han dado cuenta de que para preservar nuestro medio ambiente debemos cambiar de marcha, son unos pocos aún.
Las acciones ecologistas del SXXI deben asentarse en la ciencia y enmendar los errores del pasado. Ver a las personas que viven y trabajan en el monte como aliados y no como enemigos, entender que sin población en el medio rural, el medio ambiente tal y como lo conocemos desaparecerá, se transformará en algo diferente.
Generar o recuperar un paisaje en mosaico es la única solución inteligente para ayudar.
Marcel Iglesias Cuartero
Presidente de esMONTAÑAS